De grande quiero ser
Cuando el miedo se transforma en anhelo
Thiago tiene cinco años, mide un poco más de un metro de estatura y su pelo es negro. Tiene la carita redonda, los ojos achinados y una sonrisa enorme, como su mamá. Nació en en Salto en el año 2015 y vivió sus primeros meses de vida en el barrio de La Tablada, hasta que su madre fue procesada con prisión por un delito de lesiones. Esta era la primera vez que el niño dejaba su hogar para convertirse en la compañía de su madre durante la condena.
Fue así como de la noche a la mañana dejó Salto y partió a Soriano. Lejos estaba de ser el lugar ideal para vivir. No veía el exterior más que por una pequeña banderola, tampoco veía a su familia y solo podía salir al patio unas horas del día, pero llegaba la noche y al menos no dormía solo, sino con su mamá, aunque en un pequeño colchón en el suelo y rodeado de desconocidas.
Luego de seis meses volvieron a Salto; para ese entonces, él ya tenía un año y medio. Pasaron unos meses y nuevamente tuvo que dejar su hogar para acompañar a su madre. En esta ocasión el destino era la unidad n. °20 de Salto.
La reacción de Thiago frente al encierro era cada vez peor: llantos y ataques de pánico. Los psicólogos decían que era normal, que solo se estaba manifestando frente a lo que le sucedía, que era cuestión de tiempo, que no podían ayudarlo con nada y que la medicación no era una opción. Después llegó el arresto domiciliario y los controles policiales; pero esto tampoco fue una solución.
Thiago tenía miedo. Miedo a volver a la cárcel, miedo a alejarse de sus seres queridos y, sobre todo, miedo a los policías. Andrea no sabe con exactitud cuándo comenzó este miedo, si fue cuando los encerraban en Soriano o cuando una oficial le dijo al niño que si no regresaba a la unidad con su mamá —luego de las salidas transitorias—, lo iba a ir a buscar con “toda la policía”. En otras salidas Thiago hacía berrinches cada vez que tenía que regresar a la unidad. “Me quedo con vos, papito, llevame con vos”, decía en medio del llanto, pero luego de la charla con la oficial, ya no hubo episodios como ese, al contrario, él decía: “Vamos porque la PF nos viene a buscar”, en un tono tranquilo pero que denotaba temor. “Vamos, mamá”, repetía. Ya pasaron dos años y medio y los ataques de pánico no desaparecieron por completo.
Según Claudia Acosta, licenciada en psicología que trabaja con primera infancia hace más de 16 años y, además, es la psicóloga del CAIF William —al que concurren los niños del INR—, es frecuente encontrarse con episodios en donde los niños respetan más a las operadoras u oficiales penitenciarias que a sus propias madres. “Ellos ven una figura materna que tiene figuras que están sobre ella —también de autoridad—, porque las operarias y las personas que están circulando son quienes le hablan, quienes le van a poner a la persona privada de libertad un límite, son las que a veces reprimen. Y ese niño está visualizando que su figura de autoridad, de apego, está siendo, por momentos, reprimida por otra persona”, explica Acosta. Cuando los niños son más grandes, entre dos y tres años, comienzan a manifestarse frente a esas “figuras de autoridad vulneradas” con actitudes como pegarle a su mamá, morderlas o mandarlas. Thiago nunca tuvo estas actitudes agresivas, pero su comportamiento sí cambió. Antes era un niño tranquilo, al que le gustaba mirar dibujitos y jugar solo con sus juguetes, pero luego comenzaron a aparecer los temores, los ataques de pánico y, en algunas ocasiones, respetar más la autoridad de una oficial que la de su madre.
El hecho de pasar por una unidad penitenciaria fue un cambio para él, no solo por sus miedos, sino también por sus sueños. Thiago sueña con ser policía y no necesariamente motivado por las horas que pasa escapando de ellos en el Subway Surfer —su juego favorito—, sino porque es normal que los niños de su edad busquen a figuras de referencia para proyectar sus sueños. “En el juego simbólico que se va generando cercano a los tres años ocurre que el niño imita a ‘quiero ser como’. Entonces, es muy probable que estos niños tengan como figuras de referencia a policías u otras figuras que sean parte de la institución, que de alguna manera generan una afinidad o una proyección con quien han tenido una afinidad o un deseo”, dice la psicóloga. Esta proyección también surge cuando se genera algún temor en relación con esa figura, entonces, como “mecanismo de defensa” el niño se proyecta sobre lo que siente miedo, según lo que explica Acosta sobre casos como el de Thiago.
Pese a su corta edad, Thiago logra expresarse de manera muy clara, habla de lo que le gusta, de qué hace y hasta se emociona tanto que a veces tartamudea. Él sabe distinguir la diferencia entre una cárcel y su hogar, entre el encierro y la libertad, entre lo que es y lo que quiere ser.
—¿Qué querés ser de grande?
—Policía —dice Thiago sin dudarlo.